Querida solitaria, o querido solitario,

Cuando empecé a escribir esta carta te imaginé una persona mayor, posiblemente mujer, porque las mujeres sentimos más la soledad. Quería decir que no sé por qué pensé eso; debe ser porque es así cómo la sociedad nos pinta, pero ni yo me reconozco en ello. Te quería contar que tengo 30 años, y que mi experiencia de soledad empezó a los 20, cuando mis padres me dijeron que no me iban a apoyar con nada más porque yo quise un camino diferente al que ellos querían para mí. Sé que hay muchas formas de estar sola; en mi caso, entendí que o me quedaba sola o mis padres me tragaban. Fue difícil, pero aprendí sobre quién soy cuando estoy lejos de los demás, y estar sola fue el precio a pagar por un acto de cariño conmigo misma, el de hacerme cargo de mi deseo. No me arrepiento, y la relación con mis padres sanó con el paso del tiempo. Hoy día, en la pandemia, me siento sola nuevamente porque quiero cuidarme, pero no veo cuidado en los demás. El otro día escuché que ‘esto es una ruleta rusa’. Yo creo que no lo es, hay cosas a hacer antes de apuntarnos el arma a nosotros mismos – vacunarnos, lavarnos las manos, usar tapabocas, mantener distancia, confiar en la ciencia y estar informados para tomar mejores decisiones. Así que nuevamente me siento sola al hacerme cargo de mi deseo. Aprendí en la vez anterior que ese camino es duro, pero peor es no hacerlo. Creo que las experiencias de soledad nos fortalecen; son como silencios que nos permiten escuchar nuestra propia voz. Así que espero que mi soledad le hable a la tuya, que esta no sea una experiencia terrible sino que sea una maestra que enseña cosas que necesitas aprender.

Abrazo.

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